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Leyenda: La Maldición de Huatulco

por / sábado, 22 noviembre 2014 / Publicado enTURISMO

eloriente.net

22/noviembre/2014

En lo que hoy se conoce como Santa María Huatulco, cabecera del municipio, se cuenta la leyenda de una pobre viuda que lo único que tenía en la vida era a Miguel, su hijo. Para desventura de la madre, su unigénito era una persona llena de vicios y maldades, por lo que era objeto de la execración del pueblo y evidentemente causaba en la señora una profunda pena y dolor. Para intentar calmar la amargura de su corazón, la madre llena de virtudes, elevaba sus plegarias a la Virgen de la Concepción que era la Patrona de Huatulco.

Miguel continuaba en la mala vida, cometiendo crímenes e iniquidades, llegando al extremo: osó profanar el templo del pueblo y robarle a la Virgen de la Concepción un valioso collar de perlas, obsequio de los buzos de cabeza, como se llamaba entonces a los pescadores de perlas. Como era costumbre, estos trabajadores ofrecían a la Santa Patrona las primeras conchas que se sacasen del mar, y se aseguraba por los buzos que esas perlas eran de valor infinito, atribuyendo esta circunstancia a un verdadero milagro.

Los pobladores al enterarse del hecho, persiguieron a Miguel, quien escondió el valioso collar en el hueco de un árbol de huanacaxtle por el rumbo del Bajo Arenal y continuó su camino ausentándose de Huatulco por muchos años, hasta que la madre clamó perdón para su hijo. El árbol de huanacaxtle, perdida tal vez la savia que lo alimentaba comenzó a perder su lozanía y al fin se secó. Las guacamayas, los loros y las cotorras abandonaron sus nidos hasta el comején se retiró de sus tachinaztl o montículos. Del collar no se supo más nada.



Una vez tranquilizado el asunto, Miguel regresó a vivir en Pochutla, donde su mala fama lo precedía, pero se enamoró perdidamente de Rafaela, hija de un acomodado ranchero cuyo mal genio y despótico modo le hacían contrario a toda voluntad ajena, a toda cosa que no fuese dispuesta por él. Cuando se enteró de los amores de su hija con Miguel, se llenó de rabia, principalmente en virtud de que la hija era muy útil en las labores domésticas y además porque sabía bien que Miguel tenía fama de hombre de pésimas costumbres en muchas leguas a la redonda.

La relación entre Miguel y Rafaela fue creciendo con el tiempo, hasta que el caballero decidió pedir la mano de la muchacha con la intercesión del cura de la parroquia. El padre sin dudarlo, se opuso rotundamente al matrimonio y aunque el sacerdote estuviera presente, dio rienda suelta a su ira, profiriendo improperios e insultos contra los amantes.

Al fin enamorada y conocedora de la obstinación de su señor padre, Rafaela tomó la decisión de abandonar su hogar y huir con Miguel. Cuando el padre se dio cuenta de la fuga de su hija, se puso furioso y fuera de sí, poseído de gran enojo, en un arranque de suprema indignación, lanzando una fulminante y flamígera mirada al cielo exclamó con ronca voz:  «¡Maldita seas! ¡Maldita seas! ¡Te has burlado de tu padre! ¡Colgada de un árbol te has de ver, para pagar esto que me has hecho! ¡Maldita seas!

Como todos los días, un grupo de jóvenes mujeres que venían con sus tercios de leña a cuestas por el sudeste de Pochutla, oyeron el graznido de un cuervo que les obligó a levantar la vista al árbol. Con horror, observaron el cadáver de una mujer que pendía de una de las ramas, era Rafaela. ¡La maldición de su padre se había cumplido!

Un año después de este descubrimiento macabro, se veía vagar por las calles de Pochutla a un hombre cabizbajo, con su cuerpo cubierto de asquerosas llagas. Aquel infeliz contaba que sufría un castigo del cielo por haberle robado su collar de perlas a la Virgen de Huatulco, y que todas las noches en punto a las ocho, al anunciarse en la torre de la iglesia con la campana el toque de ánimas, se le presentaba un esqueleto que lo tomaba de la mano y lo obligaba a andar hasta el pie de un árbol que está cerca del pueblo, donde lo mandaba a rezar con mucho fervor un Padre Nuestro.

El hombre obedecía el mandato del esqueleto, porque al escuchar su voz, parecía que era movido por un impulso superior a su voluntad.

En cuanto terminaba la oración, veía al esqueleto colgando del árbol que le decía con voz cavernosa: «Miguel, cuando tus rezos me hayan sacado del purgatorio, morirás al pie de este árbol».

Pasaron los años y una mañana, los campesinos madrugadores encontraron el cadáver de Miguel al pie de aquel árbol y desde entonces, al lugar lo empezaron a llamar cuelga mujer. El árbol duró en pie muchos años, siempre conocido con el nombre de palo del zopilote, con el que se conoce hasta la fecha a la caoba.

La musa popular perpetuó este suceso en los siguientes versos:

Cuando salgas a leñar,
no vayas por cuelga mujer
porque allí suelen penar
el alma de Rafaela y Miguel.
A mí eso no me espanta
porque como paso rezando,
el diablo se va rabiando
y el alma de ellos descansa.

Foto: Jorge Elías – Algunos derechos reservados

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