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La historia de La Leyenda de Donají

por / martes, 26 julio 2016 / Publicado enÚLTIMAS

todooaxacaradio.com/Tierra Adentro

26 de julio de 2016

Quería que el arte llegara a más gente, sacarlo de las esferas intelectuales para evidenciar que ante todo es parte de la vida cotidiana, me dijo alguna vez mi padre refiriéndose a las obras de teatro y danza que presenta en esta ciudad. Crecí con esa idea, pensando que el arte era ante todo dar al otro sin pedir nada a cambio más que aplausos, momentos de felicidad y entrega. Cuando comencé a estudiar literatura, otro mundo chocó con esa pequeña inocencia. El arte era también violencia pura, un diálogo inconcluso que destruye todo lo que damos por hecho y mina así las estructuras del pensamiento, las formas en que el poder nos alcanza y hace partícipes de sus dinámicas de dominación y ceguera.

Donají, la leyenda es una obra de teatro y danza que desde hace treinta años narra una historia simple que parece de amor, pero que en realidad aborda el sacrificio de una mujer por su pueblo, por esta tierra heterogénea, políglota, donde se cuecen distintos modos de ver el mundo. Es una ficción, un espectáculo atractivo y gratuito para un público que no suele tener contacto con estas formas de expresión artística. Es teatro popular, por catalogarlo de alguna manera, que cautiva a un auditorio ubicado en un espacio abierto donde a veces llueve o hace frío, pero que aun así la gente espera pacientemente que comience. Aquí se permite gritar, chiflar, interrumpir, y se sienten las voces de los 11 500 espectadores.

Durante mucho tiempo, Donají, la leyenda se presentó en las noches de los Lunes del Cerro, pocas horas después de haber terminado la Guelaguetza.[1] El mismo auditorio que en la mañana se llenaba de turistas, por la noche lo hacía de familias provenientes de las periferias de esta ciudad, de barrios a donde difícilmente llegan eventos culturales de esta magnitud. Hasta hace algunos años, este espectáculo se mantenía totalmente gratuito, desde sus inicios esa había sido la decisión de sus creadores: Fernando Rosales García y Víctor Vásquez Labastida. Después, el gobierno municipal decidió cobrar el acceso a algunas secciones para solventar una parte de los gastos que se generan.

Quizás la permanencia de esta obra y la cercanía que ha mantenido con el público durante treinta años provengan, por un lado, de su origen. Si bien se desconoce cuándo comenzó a circular esta leyenda, sabemos que desde 1827 el escudo de la ciudad de Oaxaca ostenta la cabeza de Donají, de cuya oreja nace un lirio del valle. De acuerdo a esta historia, a principios del siglo XVI Donají, nombre que en zapoteco significa alma grande, se sacrificó para mantener la paz de su pueblo. Antes de la Revolución, resulta difícil pensar que quienes decidieron utilizar esta imagen para el escudo municipal lo hicieran para legitimar un discurso nacionalista basado en la grandeza del pasado prehispánico. Así que la leyenda debió resonar fuertemente en el imaginario colectivo, debió llegar al sitio profundo donde hablamos de pertenencia y sentimos cariño y respeto por el lugar que nos vio nacer.

Existen por lo menos tres versiones de esta leyenda. La más común narra la última guerra entre zapotecos y mixtecos por el dominio del valle. Los personajes principales, pertenecientes a bandos opuestos, se conocen durante la batalla y se enamoran. Sin embargo, la princesa es ofrecida por su padre como prenda de paz entre estos pueblos, y al no respetarse dicho acuerdo, es degollada por guerreros mixtecos. Su cabeza desaparece en el río Atoyac. Tiempo después, un pastor encuentra un lirio en sus márgenes, le parece extraño que florezca durante el invierno pero sigue su camino; en semanas posteriores, pasa por el mismo sitio y vuelve a ver el mismo lirio. Movido por la curiosidad decide arrancarlo de raíz y al escarbar se da cuenta de que ese lirio nace de la oreja de una cabeza humana que parece dormir. Se trata de la cabeza de Donají, que se encuentra intacta.

Instaurada esta imagen en el escudo de la ciudad, pasó más de un siglo para que un grupo universitario de danza decidiera llevar al teatro dicha historia. Ese fue el origen del espectáculo que durante treinta años ha llenado el auditorio Guelaguetza, en lo alto del cerro que preside esta ciudad. Desde pequeña he asistido anualmente, mi padre es director del Ballet Folclórico de Oaxaca y uno de los creadores de Donají, la leyenda. A lo largo de los años, lo que más me ha sorprendido ha sido la pasión inagotable de mi padre al realizar esta labor  y reafirmar así sus convicciones más profundas en un tiempo en que resulta casi imposible creer que alguien decida trabajar tanto sin recibir ningún pago ni, muchas veces, el reconocimiento que merece.

Aunque no me lo diga, sé por qué lo hace. En este espectáculo han participado generaciones de jóvenes, en su mayoría adolescentes, que no tienen experiencia bailando pero sí ganas de colaborar. La danza es disciplina, se trata de liberar el cuerpo bajo ciertos lineamientos, de someterlo a donde nuestra mente quiera llegar. Todos los que quieran participar y asistan a los ensayos pueden hacerlo, sin importar que no tengan experiencia bailando, ni condición física o buen oído. Eso con el tiempo cambia. Los chicos encuentran una parte de sí mismos que no conocían. Salir a un escenario donde se escuchan las voces de 11 500 personas no es fácil, los nervios calan, las equivocaciones y a veces las caídas no faltan.

Al final, este espectáculo habla sobre todo de quienes participan en él. Yo misma lo hice durante algunos años y aún recuerdo cómo se siente el aplauso, percibir que uno pertenece a una ciudad y entrega algo de sí mismo cuando baila. La tierra nos habita desde un corazón que es también el nuestro. Supongo que algo parecido sienten quienes participan en la Guelaguetza, o cuando uno baila con la persona que ama. En todo caso, bailar es disfrutar del propio aliento, dejar que el ritmo nos arrastre hacia lugares de paz y tranquilidad. Cuando uno baila, el mundo desaparece, ya no somos ni estamos.

En Baila, baila, baila, de Murakami, el hombre con máscara de carnero le dice al protagonista después de que éste ha entendido algunas verdades sobre sí mismo, que vivir es parecido a bailar, a seguirnos moviendo aunque no sepamos bien si el camino que elegimos es el correcto. De cualquier forma, hay que hacerlo, seguir esa trayectoria inconclusa y discontinua, interceptada siempre por las trayectorias de los otros. El fantástico documental Pina, de Wim Wenders, comienza precisamente con una frase de la coreógrafa Pina Bausch: “Baila, baila… si no estamos perdidos”. Como mirar, bailar inaugura el tiempo en que dejamos de ser uno y entendemos la importancia de la multiplicidad, de lo colectivo.

[1] La Guelaguetza es un espectáculo de danza que desde 1932 reúne a diferentes comunidades del estado para que participen con sus bailes o representaciones en esta fiesta anual. Su nombre proviene del zapotecogueza; dar gueza significa dar al otro sin pedir nada a cambio y es una práctica común en muchas regiones del estado.

Donaji 2por Gerardo Morales Morales

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